ACADEMIA DE HISTORIA DE CUNDINAMARCA


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DON ANTONIO NARIŅO Y ALVAREZ,
EL QUIJOTE NEOGRANADINO DE LA INDEPENDENCIA COLOMBIANA.
 

El pasado 9 de abril se cumplieron  247 años del natalicio de Don Antonio Amador José Nariño y Álvarez, Precursor insigne de la Independencia Nacional.
Nariño, nuestro gran prócer santafereño y cundinamarqués, es de Colombia, uno de sus más destacados héroes, por numerosas e incuestionables razones. El propósito, en este breve espacio, es evocar algunos rasgos de tantos, destacados en su brillante vida, como persona, como estadista, como periodista, orador, político, militar, esposo, padre, hidalgo contendor y ciudadano.

Don Antonio Nariño nació el 9 de abril de 1765 en el ambiente de un respetable hogar  de Santa fe de Bogotá, siendo sus padres, el español Don Vicente Nariño y Vásquez y doña Catalina Álvarez del Casal, ilustre dama criolla santafereña. Antonio fue el tercero de 8 hermanos y desde muy pequeño gozó de una sólida formación personal e intelectual. Incansable aficionado a la lectura, fue adquiriendo refinada cultura y formación, en gran parte autodidáctica, en su biblioteca personal, luego enriquecida con sus estudios en el Colegio de San Bartolomé, junto con la constante relación amistosa y edificante con ilustres personalidades que fueron fortaleciendo sus ideales libertarios.

Muy joven hubo de presenciar la ejecución atroz del líder comunero José Antonio Galán a manos de los españoles y esta experiencia afianzó más en su mente y corazón sus anhelos de independencia.

Desde temprana edad, desempeñó destacados cargos públicos en el gobierno virreinal; se casó con la santafereña doña Magdalena Ortega y Mesa en cuyo hogar hubo 6 hijos y gozó del aprecio y admiración de las autoridades y el pueblo, hasta cuando tradujo del francés  e imprimió en su propia imprenta “Los Derechos del Hombre”, el 15 de diciembre de 1793. A partir de este hecho,  desaparecieron entonces las espigas doradas de su juventud para transformarse en una larga serie de padecimientos representados en confiscación de sus bienes, destierro, cadenas, alejamiento de su esposa e hijos, pobreza e incertidumbre para ellos, persecución, intriga y traición, incluso de muchos compatriotas que ahora disfrutaban de sus logros obtenidos mientras que él sufría. Por fortuna no murió como tantos otros en el cadalso pero por todos esos sufrimientos físicos y morales que amargaron y acortaron su vida, Nariño fue indiscutiblemente un valeroso  Mártir de la Patria.

Como periodista, recibió poderosa influencia de don Manuel del Socorro Rodríguez, fundó y dirigió más tarde, en 1811, su combativo periódico titulado: “la Bagatela” y años después otro denominado “Los toros de Fucha”, en los que plasmó su altruista ideario, convirtiéndose en “el padre del periodismo político” en Colombia.
Como tal, el Precursor, luchó por los Derechos de sus conciudadanos, y según las circunstancias y necesidades políticas de cada época: Desde su periódico defendió las ideas centralistas buscando la unidad del país ante la amenaza de la cercana reconquista española que él presentía y que pocos años después resultó ser una temible realidad; creó el Estado soberano de Cundinamarca, proclamando su independencia absoluta de España en 1813, para diez años después desde su nuevo periódico:”Los toros de Fucha” en oposición a Santander, hacer la defensa del sistema federalista que antes había combatido.

En su calidad de estadista, Nariño buscó y demostró ser siempre un gobernante ecuánime, inteligente, atento y presto a promover en todo lo posible el bienestar y la convivencia de su pueblo, fomentando  relaciones permanentes de perdón y fraternidad con los demás Estados.

Nuestro Héroe no fue un militar de carrera, es decir, no tuvo extensa formación profesional para ello, pero cuando hubo de actuar como tal, supo hacerlo con pundonor y pericia irrefutables como lo demostró en su defensa de Santa fe y en el desarrollo admirable de la “Campaña del sur” donde al final cayó prisionero, más por la envidia de sus enemigos federalistas y de sus compatriotas pastusos, que por su causa o por la acción de sus adversarios peninsulares.

La pieza oratoria con la que hizo su propia y memorable defensa ante el Congreso cuando se le acusaba sesgada y calumniosamente para truncarle su carrera patriótica, es un verdadero monumento jurídico y político, digno de los mejores clásicos y oradores grecorromanos.

Numerosos y muy bien fundados son los títulos con los que la historia ha distinguido a Don Antonio Nariño.  Uno de ellos: “Nariño; el hombre de las dificultades” Por los indecibles  padecimientos que soportó a lo largo de su meritoria vida.

Otro, por el que más se le distingue: “El Precursor de la Independencia” y todos sabemos sobradamente porqué. “El Caballero del Trébol”, puesto que mientras recorría Francia e Inglaterra en busca de   apoyo para liberar a su patria, recogía y trajo en su pequeña valija, las primeras semillas de ese nutritivo forraje para el ganado, semilla que todos conocen  como Trébol o carretón.

“El Padre del periodismo político en Colombia” por lo dicho anteriormente y de la misma forma, con buena razón: “El andante Caballero, Don Antonio Nariño” a semejanza del Quijote, como lo señala en su libro, el escritor e historiador Don Raimundo Rivas. Por nuestra parte lo denominamos: “Don Antonio Nariño, el Quijote neogranadino de nuestra Independencia Nacional” y esto lo corrobora don Tomás Rueda Vargas, el cronista de la sabana de Bogotá, quien descubre  sorprendente y grata similitud entre La vida y la muerte de Don Quijote de la Mancha y la vida y muerte de Don Antonio Nariño” ¿Qué semejanzas hubo entre la vida de estos personajes? ¿Uno figurado, imaginario, existente solo en la mente y la pluma geniales de Cervantes, y el otro, real, de carne y hueso, que honra la historia de Colombia y América? Sí, los dos muestran muchas similitudes: Don Alonso Quijano , el Bueno, devoraba sus libros de caballería que obnubilando su mente lo impulsaron a armarse caballero, guiado por sus nobles aunque descabellados ideales de libertad, de justicia, de valor, en defensa de los débiles y oprimidos e irse por los vericuetos de su tierra manchega, con el pomposo nombre de “El Ingenioso Hidalgo, Don Quijote de la Mancha”, cabalgando en  Rocinante, impedido un poco por el realismo  muchas veces impertinente de su escudero e inspirado en el amor de Dulcinea, siempre dispuesto a “enderezar entuertos y desfacer agravios” aunque en ellos le fuera la vida.

De la misma forma, casi dos siglos después al otro lado del mar, en la Nueva Granada, en Santa fe, capital del Virreinato, un joven de prestigiosa familia, metido en su biblioteca, devora cuanto contenido humanístico, científico literario encuentre, preparándose con miras a irse por su mundo, el suelo neogranadino para enfrentar en su “Rocinante de ideales nobles y caballerescos, la injusticia, la desigualdad con que el poder fantasmal español esclavizaba desde siglos atrás a su pueblo.  Montado en su corcel de “los Derechos del Hombre”, conocimientos, experiencias y nobles sentimientos, aunque acosado por la dura realidad de los  prejuicios, cobardía y traiciones de sus conciudadanos y las incesantes dificultades que tanto lo azotaron, salió armado con  ese  ardoroso bagaje de ideales y sueños al parecer quiméricos, a combatir lo injusto, y a llevar a sus hermanos esclavos la luz del conocimiento y la libertad.

La Dulcinea del nuevo Quijote eran a corta distancia, su esposa, sus hijos; y en sentido amplio, la dignidad y la alegría de crear y dejar a la posteridad una patria unida, respetable  y libre, a pesar de peligrosos molinos de viento, de ignotos enemigos y dificultades que tuviera que enfrentar en el tránsito de su aventurado camino.

La muerte de los dos personajes también fue similar.

Don Quijote, desalentado por el aparente fracaso y el mal pago  a sus buenas acciones, regresa a la realidad de su antigua vida, vuelve a ser el Alonso Quijano de antes y lleno de pesadumbre, muere en el refugio de su querido hogar.
Por su parte, Nariño, herido por la enfermedad, la ingratitud, la malevolencia de algunos de sus conciudadanos, se retira de la vida pública y se refugia en un bucólico lugar de la colonial Villa de Leiva, para reencontrarse con el Dios de su niñez; “a  sus hijos y amigos dejarles su recuerdo; a su patria, testimoniarle   su inmenso amor, obsequiarle sus cenizas”  y esperar con la hidalguía de caballero andante que siempre lo distinguió, la muerte ineludible que llegó a visitarlo el 13 de diciembre de 1823.

Hoy, dos siglos después, a quienes disfrutamos su legado, cabe preguntar: ¿Hemos sabido usar y cuidar esa invaluable herencia como es debido y como él lo soñó? O por el contrario, igual que Sancho, a su amo, Don Quijote, penosamente tengamos que decirle: “No se muera vuestra merced, ni su voluntad se agote pues la culpa ha sido nuestra por no haber cinchado bien el Rocinante de su quimera”.

LUIS ANTONIO MURCIA CASTILLO
Miembro correspondiente de la Academia de Historia de Cundinamarca  
Co-fundador y Vicepresidente del Centro de Historia de Pacho.
Abril 14 e 2012.